Había una vez un lugar encantado llamado Villa Florito, que de pronto como si fuera causa de un embrujo divino se convirtió en el ombligo del mundo. Diego Maradona nació en un humilde suburbio, el suburbio fue el lugar en donde habitó su fútbol, su juego estuvo lejos de los lugares comunes porque Pelusa estuvo siempre dispuesto a romper con las reglas que imponía sin restricciones el potrero.
Una figura pequeña, una cabellera poblada de rulos, un par de hábiles piernas fueron dando forma al mito que en su tierna infancia ya despertaba asombro en los “Cebollitas”. Un tal Francisco Cornejo fue el responsable de poner en el fútbol grande a ese precoz malabarista y a ese astuto encantador de balones.
Diego era como un mago en un escenario pintado de verde césped que siempre dejaba una difusa sensación de irrealidad, sembrando a cada momento la duda de cuanto había de ilusión y cuanto de talento en cada uno de sus movimientos. A los 16 años debutada en la primera de Argentinos Juniors para apropiarse de una parte de la historia del Bicho. Su juego inspirado, imprevisible y estético sufría un duro desengaño adolescente al quedar afuera del Mundial 78.
La vida le dio una rápida revancha en Tokio cuando aquella selección juvenil de Menotti fue el reloj que despertó las madrugadas de todo un país para poder gozar de un equipo que maravilló con su fútbol para quedarse con el título de campeón. El dinero pagó su talento y lo llevó desde la Paternal a la Boca para que en 1981 el conjunto dirigido por Marzolini con el aporte de su magia se quedara con el campeonato.
Luego llegó la lluvia de dólares, el Barcelona, las lesiones, para terminar el periplo europeo en Napoli, donde vivió su época más brillante. Un par de scudettos lo pusieron en el sitial de ídolo indiscutido, para los tifosi no habrá nadie igual y el amor profesado por los hinchas no tendrá nunca fronteras ni fecha de vencimiento.
El mundial de México 86 lo encontraría en la plenitud de todo su repertorio, la famosa mano de Dios y el épico segundo gol a los ingleses terminaron por mezclar en una misma música un barrilete cósmico con la mas grande obra construida por algún humano en el planeta fútbol. Su increíble amor propio lo llevó a jugar el Mundial de Italia con un tobillo destrozado y casi fue nuevamente campeón. El Mundial de Estados Unidos 1994 fue el último capítulo para su increíble carrera, la efedrina lo sacó de un torneo que quizás podría haber vuelto a ganar. “Me cortaron las piernas” dijo el crack una vez consumada la sanción por doping y fue el final menos deseado para el guión de su mágica película.
La droga, la fama y el poder desgastaron su vida para demostrar quizás que Diego era “humano”, un ser de carne y hueso. Fue técnico de la Selección en Sudafrica 2010, en un Mundial donde ganó y perdió, pero nunca renunció a sus convicciones. Fuera del futbol siguió siendo un ser polémico despertando mas de una vez amores y odios, aunque nadie podrá poner un manto de olvido a lo que nos brindó dentro de un campo de juego.
Hoy hace 64 años nacía Diego Armando Maradona, los que tuvimos la enorme posibilidad de verlo jugar y otros más jóvenes que abrevaron en la fuente de su inagotable leyenda no podrán negar jamás “el acto de fe” que confirma que en el fútbol: Dios existe..